Egipto ha sido un destino buscado en todas las épocas de la historia como el símbolo de la búsqueda espiritual. En él confluyen el esplendor de una civilización surgida misteriosamente y la majestuosidad de su arquitectura y su arte, las raíces culturales y espirituales de Occidente. Miles de hombres aventureros han recorrido las arenas del Sahara en busca de las huellas de nuestros antepasados. Ahora sabemos que todas ellas apuntaban hacia el cielo.
“…Podrás tú atar los lazos de las Pléyades o desatarás las ligaduras de Orión…”
Job, 38:31
Cuando visitamos Egipto y nos introducimos en el maravilloso mundo de su cultura, comprendemos que hay otro Egipto más profundo y más difícil de percibir. Este Egipto, invisible para los sentidos pero sugerido a través de su magnífica arquitectura, se descubre con la intuición y con el corazón.
Según los propios egipcios todo el Universo manifestado nace de ese otro mundo invisible. También de él procede la vida que permite la permanente renovación.
La naturaleza de este mundo invisible no es espacio-temporal, material o energética, sino más bien una naturaleza psíquica o astral, que los egipcios llamaron el Ka. Identificaron a este mundo interior, intermediario entre la espiritualidad abstracta y el universo terrestre, el Dwat, el interior del Cielo. Solía representarse como el vientre de la diosa Nut, la bóveda celeste. Allí residían las formas del espíritu, sus cuerpos resplandecientes, que los egipcios simbolizaron con las momias.
El Egipto invisible estaba presidido por el dios Osiris. A través de su pasión y su renacimiento en el más allá, enseñaba los misterios de la conexión entre las dos caras de la existencia, la vida y la muerte. Con el tiempo, Osiris se volvió el dios más importante y su historia se expandió a través de la religión de Isis, su hermana y esposa. Como símbolo de la vida era el dios de la vegetación. Como símbolo de la muerte era el soberano del más allá. Su historia aportó al cristianismo muchos de sus secretos y elementos rituales, como el Santo Sepulcro, la Divina Concepción, la pasión, la devoción a la Virgen, entre otras.
Osiris presidía la capital mística del Egipto invisible: Abidos. Es una ciudad poco visitada por los turistas. Desde la prehistoria, los reyes construyeron allí sus tumbas y cenotafios.
Abidos nunca fue una gran ciudad sino un lugar de peregrinaje, un centro espiritual donde cada egipcio debía, física o simbólicamente, realizar su peregrinaje para el bien de su alma.
Allí se encuentra un magnífico templo doble, construido sobre las ruinas de templos antiquísimos. El santuario de Sethi I, con el Osirión o tumba del alma de Osiris.
La geografía sagrada del antiguo Egipto integraba el espacio y el tiempo. Su finalidad era reproducir en la Tierra las configuraciones del mundo celeste. Constituía así una unión directa entre el Cielo y la Tierra. Esta unión era celebrada en lugares geográficos precisos. En estos puntos de convergencia se unían las potencias de arriba y de abajo. Allí se producía una y otra vez la hierogamía, el matrimonio sagrado entre la diosa Cielo (Nut) y el dios Tierra (Geb).
La puerta al Egipto Místico se abre ante nosotros invitándonos a viajar a través de la geografía de sus templos, antiguos lugares de inciación, que se extienden a lo largo de todo el Nilo formando su columna vertebral. Cada uno de ellos guarda el secreto de un estadio de iniciación de la Escuela de Misterios que hemos conocido recientemente como El Ojo de Horus.