El Camino de Santiago es una de las tres grandes rutas de peregrinación de la cristiandad, junto con Roma y Jerusalén. A la manera de las antiguas religiones, era común en la historia de las culturas peregrinar hasta el santo sepulcro de alguno de los dioses, santos o personajes importantes. Es una forma de devoción y penitencia utilizada por egipcios, griegos, hindúes, musulmanes, incas, mayas y otros. Peregrinar es una situación arquetípica que implica andar por tierras extrañas y define la situación del hombre como viajero y, de la vida, como un proceso dinámico.
Cuando hablamos de hacer el camino de Santiago estamos hablando del camino de arriba pero hay otros caminos que pasan por debajo y que son rutas anteriores al cristianismo. El camino cristiano nace como tal durante la Edad Media pero se establece sobre la base de las grandes rutas migratorias del hombre de la edad de piedra y del hombre neolítico y las que más tarde utilizaron los celtas, cuya cultura se percibe todavía por debajo de muchos de estos lugares y se entrelaza con la propia historia del sustrato y de las vías romanas para llegar al mar. Luego encontramos también las rutas de las comandancias templarias y, llegando a Galicia, los propios castros que veremos construidos en piedra, bordeando el camino de la costa.
Podríamos preguntarnos por qué el emblema del Camino de Santiago es una concha o vieira, si Santiago es una ciudad interior que no tiene salida al mar. La respuesta es que la verdadera peregrinación consiste en emprender un viaje hasta el mar en el fin del mundo (Finis Terre), el fin de la tierra conocida, que es otra forma de decir un viaje hacia el centro de nosotros mismos, donde el viaje exterior prefigura el viaje interior.
Los antiguos viajeros seguían la ruta de las estrellas, el Campus Stellae, que dio origen al nombre de Compostela y que se conocía como la Vía Láctea. Era la ruta del héroe solar, trazada por el viaje del Sol hacia Occidente. Se trata de una ruta zodiacal hasta el final que es el MAR. La vieira es un símbolo pre cristiano, de origen celta, y representa la idea de llegar a las grandes aguas donde la Diosa Madre acoge al peregrino. Así, el sentido iniciático del camino es la muerte del hombre viejo y el nacimiento del hombre nuevo.
El Camino de Santiago es un camino esculpido en la piedra, un camino iniciático. Para los maestros constructores Galicia era el final del camino, la meca de la gran Obra donde tallarían el granito. Y en la ciudad Camino de Santiago de Noia, más allá de Santiago, tenían incluso que tallar sus propias tumbas, sus sarcófagos en piedra y pasar allí una noche, acostados meditando. Al día siguiente tallaban sus nombres en la tumba, simbolizando la muerte iniciática que debían atravesar al final del camino. Entonces seguían la ruta hasta Finis Terre para que la Madre (el mar) los pariera de nuevo.
El peregrinaje ofrece el conocimiento de un proceso alquímico que transforma a quien lo lleva a cabo. Igual que un alquimista, el peregrino deberá acumular experiencias trascedentes que lo ayuden a acelerar su aprendizaje interior.
Lo ortodoxo y lo herético también se entrelazan a través de las historias del camino. Elementos musulmanes, herejes y judíos encuentran cabida en la tradición jacobea. Este crisol de tradiciones es lo que le confiere al Camino una impronta de espiritualidad universal común a todas las culturas.